Cada paso prometía acercarme más. Más cerca a la cueva.
Estaba caminando por ese camino largo y empinado, sin perder la vista de la cueva de piedra, que tenía una luz tenue en la entrada. Sabía que era fuego lo que vi, y sabía que él estaría sentado frente al fuego.
Cada paso prometía acercarme más. Más cerca a mi maestro
No podía recordar haberlo conocido nunca, pero sabía que me sería muy familiar. Estar subiéndome a esta colina en aquella noche fría y gris era una sensación capricorniana de volver a casa.
Cada paso prometía acercarme más. Más cerca a la verdad.
Respirando fuerte y sintiendo dolor en mis piernas, me estaba poco a poco acercando a la cueva. Sabía que conocerlo iba a ser un evento muy especial. Un evento que prometía responderme una pregunta que no me dejaba en paz. Un evento que prometía conocer la verdad.
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Un cuerpo pequeño y delgado estaba sentado en el suelo frente a las llamas de la chimenea. Sus profundos ojos oscuros estaban fijados en el fuego. No se movía ni me miraba. Pero debajo de su larga barba blanca había una sonrisa amable y cálida que reconocía mi presencia.
Cuando me senté en una manta al otro lado del fuego frente a él, asintió y sonrió. “¿Cuál es la piedra que pesa en tu corazón que te trajo a mí?”
La pregunta que no se iba hasta que estuviera respondida … la pregunta por la que vine … “¿Seré capaz de encontrar la paz en esta vida?” Dije.
El maestro me miró como un padre viendo a su niña hacer preguntas tontas, de las que hacen las niñas pequeñas. Comenzó a reírse y yo sonreí, entendiendo que mi pregunta no era nada nuevo para él. ¿A quién no le gustaría encontrar la paz?
“Por supuesto que puedes encontrar la paz”. – Respondió. “Pero no quieres. Todavía estás demasiado enamorada del mundo exterior, te está absorbiendo. Aún no estás preparada para encontrar el camino de regreso a tu mundo interior, tu verdadera esencia. Una vez que tomes la decisión de encontrar la paz y te comprometes con esta decisión, la encontrarás”.
Se levantó y caminó hacia una caja que había en la esquina. Cuando la abrió, vi que estaba llena de pequeñas piedras negras. Y en algún lugar en el medio de las piedras pude ver un hermoso cristal transparente. El sabio cogió una piedra negra y el pequeño cristal, abrió mi mano y dejó que las dos piedras cayeran en mi palma.
“Crees que estas son dos piedras diferentes”, comentó y yo sonreí, sabiendo que estaba leyendo mi mente. “Una es más grande, negra y sucia, te ensucia las manos como el carbón. También puede lastimarte con sus bordes afilados. El segundo es pequeño, redondo, transparente y puro”.
“Sin embargo, ambas son las mismas piedras. La primera es la piedra en bruto. Cuando la limpias y frotas todos los días, cuando estás lo suficientemente comprometida como para cuidarla todos los días, cuando la limpias de las capas de tierra que se acumularon con el tiempo … luego … un día se transformará en el cristal puro, volviendo a su esencia verdadera. Te regalo ambas, para que te recuerdes todos los días en qué te puedes transformar, una vez que estés lista para hacerlo. Entonces encontrarás la paz”.
Salí de la cueva con mis dos piedras en el bolsillo. Las dos piedras que representaban dos estados de mí misma. El primero era yo ahora. El segundo era en lo que me convertiría una vez que tuviera suficiente voluntad de hacerlo.
Estaba caminando cuesta abajo otra vez. De vuelta al mundo exterior.
Cada paso prometía acercarme más. Más cerca a mi misma.
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Este artículo se lo dedico a Charan. Sin su perfecta visualización guiada no habría podido obtener las dos piedras y llevarlas en mi bolsillo.
Gracias. Te quiero.